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TEATRALES
2024
El grupo no es mediador entre autor y público, sino que él mismo es fuente global de la expresión teatral …
Prólogos y críticas
Está previsto la publicación de siete obras del dramaturgo, dos prologadas por José Monleón y otras dos por Fermín Cabal.
Foto: Luis Sanz
Creación colectiva, dramaturgia y teatro popular
Lo cierto es que, sin espacio regular reconocido, o encerrado en su propio territorio, sin que los nombres de sus autores, de sus directores o de sus escenógrafos aparezcan en los balances habituales, existe un teatro español vivo y sorprendente, a caballo de la creación dramática y de la vida social. Hervás, con la memoria de sus, un día forzados conversos judíos o Fuenteovejuna y Zalamea, reivindicando su condición de lugares históricos de los dramas de Lope y Calderón, por poner los tres ejemplos más conocidos, cobijan y hacen posible fecundas manifestaciones teatrales registradas como meras curiosidades en el momento de su realización puntual.
Artista: Rossy Oelckers
Artista: Rossy Oelckers
Quizá una parte de su subestimación se deba a la lectura que se hace de su vinculación a las fiestas locales y al deseo de atraer “a los forasteros”, mezclando aquellas representaciones que, en efecto, no pasan de actos conmemorativos, confiados a un pequeño grupo de aficionados, inmersos en la mera y generalmente pueril ilustración histórica de un viejo acontecimiento, con aquellas otras en las que se conjuga la movilización ciudadana con la ambición artística. Refiriéndonos estrictamente a este segundo apartado, diríamos que es un teatro que desborda las clasificaciones habituales y que alimenta buena parte de su razón de ser en su profunda vinculación a las sociedades de donde emerge.
Un teatro que no está pensado desde “fuera” de sus públicos, que no se ofrece exactamente como un producto artístico para su consumo circunstancial, sino que tiene en sus repartos, en sus autores, en sus directores, en sus escenógrafos, y en el empeño colectivo que cimenta la representación, el espíritu y la adhesión de quienes, además de espectadores, son cómplices y, en bastantes casos, partícipes indirectos en el largo proceso de los ensayos. Es un teatro que potencia cuanto hay en el hecho dramático de comunicación, de espacio de encuentro entre los creadores escénicos y el público, en el que, a menudo, domina, como corresponde a la tradición popular de donde nace, la mezcla del espíritu crítico y del sentimiento de fiesta.
Dos textos, dos caminos hacia un mismo objetivo
Cuando he leído los programas y los textos de La linde y El Capellán…, bandolero del Tajuña, estrenadas, respectivamente, por el Teatro Popular de Mondéjar y el Teatro Popular Joven de Morata de Tajuña, he sabido de inmediato que me encontraba ante una expresión del mismo fenómeno. Máxime cuando el autor -o dramaturgo, si aceptamos que hubo buena parte de creación colectiva- y director de ambas obras, Omar Fernando Aguilera, ha colocado junto a los títulos, la indicación de que se trataba de “creaciones originales basadas en hechos reales”.
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Artista: Alberto Cuadros Liberona
“En marzo de 1995, los mondejanos asisten al estreno de un corto artilugio teatral titulado Vida, Pasión y Muerte de Benjamín…, el querubín. La respuesta de los mondejanos fue óptima: el grupo había conectado con su audiencia. Es este el incentivo definitivo para que el 4 de mayo de 1995 se conforme, oficialmente, el Teatro Popular de Mondéjar (TEPOM).
EL TEPOM inicia su andadura con vigor, compromiso y lucidez respecto a su función social y cultural. En el comienzo fue fundamental el apoyo de quienes componían el Equipo de Gobierno del Ayuntamiento. Poco después hubo un período de incertidumbre respecto al futuro del grupo debido a los vaivenes de la política. Pero los mondejanos y el TEPOM comprueban que el nuevo Equipo de Gobierno continúa apoyando con decisión al grupo: el TEPOM es ya patrimonio de Mondéjar.
A partir de entonces, el grupo avanza firme hacia el logro de uno de sus objetivos más ambiciosos: crear, escribir, producir, montar, estrenar y difundir obras teatrales propias del grupo. La linde fue gestada durante nueve meses y constituye el primer resultado de envergadura que el TEPOM ofrece al público.”
En cuanto al Teatro Popular Joven de Morata de Tajuña, aun cuando en su origen -y de ahí el término “Joven” incluido en su nombre- hay alguna diferencia respecto del Teatro Popular de Mondéjar, la idea motriz, sin duda vinculada a la personalidad de Omar Fernando Aguilera, es prácticamente la misma.
Artista: Rossy Oelckers
Artista: Rossy Oelckers
También en este caso voy a valerme de la información incluida en el programa de El Capellán…, bandolero del Tajuña, que tiene, además, el valor de darnos noticia sobre los procesos de creación del espectáculo, influidos, sin duda, en sus principios, por la teoría y práctica de la Creación Colectiva, de gran desarrollo en Latinoamérica, y que Omar Fernando Aguilera, de origen chileno, debió vivir ampliamente en su país antes de su venida a España. Transcribo:
“Por iniciativa de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento, en noviembre de 1966, se constituye el Teatro Popular Joven de Morata de Tajuña. Catorce estudiantes de instituto, entre chicos y chicas, conforman el colectivo cuya edad media es de 15 años. Los jóvenes se apuntan a teatro, según sus propias palabras, ‘para experimentar algo nuevo’. La celebración del Día de la Constitución Española sirve de pretexto para que, en diciembre del 96, el grupo presente su primera creación teatral propia, titulada Aquí cabemos todos o aquí no cabe ni Dios. El objetivo de dicho trabajo fue que los jóvenes tuviesen un primer acercamiento al fenómeno teatral, conciencia del trabajo en equipo, aproximación a la interpretación actoral y contacto con el público. La metodología de creación de la obra, cuya duración aproximada fue de 45 minutos, se basó en los propios intereses de los jóvenes, expresados en improvisaciones actorales; fueron ellos quienes determinaron temas, acciones, personajes y lenguaje.
Un detalle importante a destacar es que los jóvenes valoraron positivamente y de forma espontánea la referida metodología de creación. El dramaturgo escribió un guion que, a diferencia de un texto propiamente tal, especificaba una secuencia cronológica de ideas y acciones que sí debían ser memorizadas, pero lo dicho textualmente por cada actor y actriz sería improvisado o ‘flexible’.
La pequeña obra tuvo excelente acogida por el público morateño. Los jóvenes comentan, textualmente, ‘nos llena de orgullo que la gente nos pare en la calle para felicitarnos’.
A partir de entonces el grupo avanza hacia el logro de uno de sus objetivos más ambiciosos: crear, escribir, producir, montar, estrenar y difundir obras teatrales propias. El Capellán…, bandolero del Tajuña, fue gestada durante siete meses y constituye el primer resultado de envergadura que el Teatro Popular Joven de Morata de Tajuña ofrece al público.”
Obras del grupo: la creación colectiva
En ambas notas aparece expresada una misma pretensión: la creación de obras “del grupo”. Es decir, que, en sus temas, en su estructura teatral y en su lenguaje, se afirma la presencia de cuantos participan en la construcción de la obra. El grupo deja de ser un mediador entre un autor y un público para ser él mismo, la fuente global de la expresión dramática.
Artista: Rossy Oelckers
Artista: Rossy Oelckers
Esta exigencia dio pie en su día a múltiples polémicas y equívocos que no cabe recoger ni reproducir aquí. Personalmente, tuve la ocasión de vivir el problema en el centro mismo de la tormenta, el Festival de Manizales, donde las figuras de Enrique Buenaventura, Santiago García y Augusto Boal, por citar tres nombres emblemáticos, cada uno con su diferenciada personalidad, se convirtieron en tres puntos de referencia.
La exigencia tenía en la América Latina de los sesenta un marco político y cultural específico, que contribuía a darle al discurso de la Creación Colectiva un sentido que luego, en otros contextos, o se ha perdido totalmente, o se ha reducido a una cuestión meramente política o meramente formal que, desde luego, no eran las que justificaron la pasión que durante una década larga suscitó el tema, primero en América y, luego, en la mayor parte del llamado teatro independiente de todo el mundo.
Estalló el sentimiento de que el teatro que se hacía en los escenarios estaba mucho más vinculado a una tradición cultural, a una inercia, a un sistema de convenciones formales heredadas, que a la voluntad de penetrar en el lugar y el tiempo de su comparecencia pública. Esta crítica puede decirse que ha estado presente en el teatro mundial desde hace más de un siglo -el Naturalismo, como respuesta a los excesos “heroicos” y “poéticos” del Romanticismo, fue una rebelión cuya sustancia ideológica sigue alimentándonos, independientemente de las reducciones formales a que algunos han sometido el concepto-, en el ámbito Latinoamericano, la revolución cubana, además, había introducido la convicción en un cambio profundo de la sociedad y una nueva presencia del medio popular en la vida pública, esta crítica se convirtió poco menos que en un credo, con todas las limitaciones de los maximalismos. En más de un manifiesto de Manizales se identificó prácticamente la Creación Colectiva con el único teatro popular y progresista posible, con todo lo que ello encierra de simplificación y empobrecimiento de la historia del teatro y de la literatura dramática.
Pero, al mismo tiempo, para una sociedad donde el teatro había estado básicamente vinculado a los hábitos de la alta clase media -porque ese ha sido un rasgo de buena parte de la sociedad latinoamericana, donde apenas ha existido una clase media, salvando a las grandes capitales, en especial del Cono Sur, donde no ha sido casualidad que el teatro gozara de un nivel y una estabilidad que no han conocido otros países- y, por tanto, había expresado los problemas sociales con una perspectiva ajena a la mirada popular, fue del todo lógico que el proyecto de una sociedad distinta conllevara los planteamientos sobre un teatro también distinto, en cuya planificación desempeñó un papel decisivo la Creación Colectiva, precisamente como “obra del grupo”, es decir, como expresión dramática hecha desde la personalidad, las ideas y los intereses del grupo. Se quería hacer un teatro que “no tenía sus textos”. Exactamente igual a como ha sucedido en los dos casos que ahora comentamos, pues si el Teatro Popular de Mondéjar nació, a comienzos del 95, de una Campaña de Prevención contra el Consumo de Alcohol, y la consiguiente necesidad de construir una obra relacionada con el tema, en el caso del Teatro Popular Joven de Morata de Tajuña, ya hemos visto que el impulso vino dado por el Día de la Constitución Española y la necesidad que un grupo de estudiantes tuvo de expresar sus ideas y sus sentimientos democráticos. Es decir, y esto es fundamental para entender el sentido que tuvo la Creación Colectiva en América Latina y en los teatros independientes de determinados países -especialmente, y no es casualidad, en aquellos donde el control político excluía el tratamiento de ciertos temas-, que la “necesidad” de dramatizar una realidad escénicamente ausente y, sin embargo, inscrita en la personalidad de determinados sectores, era lo que conducía a estos últimos a buscar las vías para su expresión teatral. Sin esa necesidad, sin esta conciencia de la “ausencia temática”, la Creación Colectiva, en los términos concretos en que apareció en la década de los sesenta, no podría entenderse correctamente. Como no la han entendido quienes han creído que se trataba de un simple Método teatral.
Las consecuencias estéticas de este discurso político fueron, en muchos casos, negativas, por lo que había de simplificación. Por ejemplo, la idea de que “todos” los miembros del grupo debían participar en “toda” la creación del espectáculo tenía, sin duda, un buen sustento ideológico, pero podía ser nefasta para la realización de un espectáculo. Simplemente, porque cada uno servía para una cosa y, por ejemplo, resultó cada vez más esencial la calidad del dramaturgo, es decir, de quien debía, en definitiva, elegir entre el cúmulo de situaciones propuestas y concretar sobre el papel los textos adecuados entre las diversas improvisaciones.
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Había un “arte dramático”, en fin, que no podía arrinconarse en nombre de una finalidad política, aunque sí había una petición latente que está en el corazón mismo del teatro moderno: la comunicación entre el teatro y la sociedad, la lucha contra los diversos niveles de “especialización” -cada concepción del teatro tiene el suyo-, que confundían las exigencias de la estilización artística de la realidad con la inmersión del teatro en un mundo hecho mucho antes de referencias teatrales que de referencias vitales, de “ilustres” ejemplos que de la percepción de la contemporaneidad.
En España, aun en menor escala, tuvimos también nuestros defensores de la creación colectiva, especialmente en el marco de los teatros independientes, donde, a menudo, el verdadero aglutinador del grupo, el que tomaba las decisiones fundamentales, respecto del texto y de la puesta en escena, ocultaba su nombre, como si ello fuera un signo de democracia.
En las explicaciones que, sin duda, el propio Aguilera ha dado en los programas, y, sobre todo, en el resultado de los dos textos que ahora se publican, gravita esa experiencia. Se respira el intento por rescatar la relación entre Obra y Grupo, sin caer en los maximalismos excluyentes que un día, como todas las posiciones dogmáticas, perturbaron y desnaturalizaron un discurso lleno de sentido. El colombiano Santiago García lo resumió, en cierta ocasión, con unas palabras: “El problema es que haya plusvalía, que la suma de las partes, a través de la creación colectiva, supere la mera suma matemática; si, por el contrario, como sucede a menudo, la Creación Colectiva lo que hace es sustraer el talento de unos en beneficio de la mediocridad de otros, y al final no alcanzamos ni siquiera la suma matemática, algo va mal y hay que empezar de nuevo”. Al final, la conclusión no puede ser más lógica: hay que juntarse para sumar, en la concepción y en la expresión estética. Y la Creación Colectiva, más que justificada para “implicar” a los actores y para construir un espacio de comunicación, vivo y no falsamente cultural, con el público, deja de estarlo si no consigue resolver los problemas propios de la creación artística.
Obras basadas en hechos reales
En esta búsqueda de una aproximación entre el Grupo, el Espectáculo y el Público, la apelación a hechos sucedidos realmente ha sido un elemento importante. De hecho, buena parte de la Creación Colectiva latinoamericana se ha basado en la necesidad de una Contrainformación, es decir, de mostrar que determinados hechos históricos no sucedieron exactamente como los ha contado la crónica oficial y, en muchos casos, lo ha sancionado el “teatro histórico”. Realidades nunca expresadas en los escenarios, o expresadas desde intereses opuestos a lo que, dentro de la ambigüedad de los límites, aún podemos calificar de medio popular, constituyen la materia dramática.
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Una materia que, por coherencia, ya no está confiada a la perspectiva individual, sino que intenta, a través de las comisiones de información e investigación, que acumulan los datos históricos necesarios, las propuestas del guion resultante, las improvisaciones de los actores, la fijación del dramaturgo y la puesta en escena, precisamente “garantizar” esa verdad histórica hasta ahora hurtada.
Este es un tema fundamental, porque el teatro -como cualquier obra de arte- es siempre el resultado de una “estilización” y nunca puede limitarse a la dramatización fidedigna de un documento. En la naturaleza misma de la expresión dramática está el concepto de subtexto, sin el cual -y ese fue uno de los problemas de la creación colectiva latinoamericana- los personajes corren el riesgo de convertirse en meros arquetipos que hablan y actúan según el patrón ideológico que les corresponde para que la evocación se sujete a la interpretación deseada. La “historia” que quiere contarse y la función que corresponde a cada uno de sus participantes desequilibra la expresión dramática, en la medida que reduce al personaje a cumplir el papel que esa historia le exige, eliminando sus contradicciones y, en definitiva, imponiendo al texto una literalidad contraria a la naturaleza misma de la representación dramática, una de cuyas revelaciones es, precisamente, la de mostramos que las “cosas no son como parecen”. Estar “cerca” del hecho histórico evocado, serle fiel en cierto modo, clarificar el tejido social y político que condicionó los comportamientos -frente a las versiones tradicionales de los hechos históricos, en las que se parte de una hipotética libertad de los personajes para tomar las decisiones que toman- y, al mismo tiempo, encontrar un punto de vista que de interés al orden de los acontecimientos, construir un “lenguaje teatral”, no manipular las emociones ni dejar que la ideología arrastre la acción y “salvar” a los personajes -es decir, darles una conciencia de su libertad- son objetivos muy difíciles que, a mi modo de ver, se alcanzan en términos muy estimables en las dos obras de Omar Fernando Aguilera y sus correspondientes Teatros Populares.
Probablemente, el acierto esté en que, lejos de forzar una adhesión ideológica, la elección del tema conlleva ya una serie de consecuencias, sin las cuales, de hecho, no habría fábula dramática. Es decir, el drama existe porque en los conflictos evocados existe un conflicto social palmario, vinculado uno a la represión de la posguerra civil española, el otro al bandolerismo español de las últimas décadas del siglo XIX, en el que la imagen del bandido justiciero tuvo amplia resonancia en la mentalidad popular.
La linde
En el primer caso, es decir, el de La linde, la reconstrucción dramática ha tenido que ser más fácil. Cumplida la primera e inexcusable fase de debate entre los miembros del grupo para ponerse de acuerdo sobre la historia que quieren contar, “se da comienzo a un proceso de investigación que utiliza como fuente principal de información, el relato de personas que hoy viven y conocieron a quienes protagonizaron los hechos en la vida real.
Artista: Rossy Oelckers
Artista: Rossy Oelckers
La riqueza del material, los debates del grupo, las necesidades de reparto y algunas improvisaciones actorales, fueron perfilando los personajes reales, inventando otros y configurando los contenidos. En agosto de 1995, el dramaturgo del grupo escribe el texto; al mes siguiente, este se somete a la valoración del grupo. El texto recibe la aportación de los miembros del elenco tanto en forma como en contenido; una vez alcanzado el consenso, se da comienzo al montaje de La linde”.
Por lo demás, si la cercanía es una virtud para la veracidad de la reconstrucción, también puede ser un defecto por la parcialidad del testimonio. A fin de cuentas, cada hecho histórico cuenta con tantas versiones como interpretaciones o intereses ideológicos median en su narración. La toma de partido del colectivo de Mondéjar es, en este punto, inequívoca y, por tanto, la visión de los personajes y de los hechos también. Es una evocación de la Dictadura desde la Democracia, a cuya luz, en efecto, adquieren un carácter esperpéntico muchas conductas que en los años de la Victoria y el Imperio hacia Dios fueron habituales.
El dramaturgo y director hace al respecto una declaración del todo pertinente: “Hoy no hay panfleto que valga porque no motiva a nadie y, por tanto, no es viable. Sólo mostrar las contradicciones y el comportamiento de los humanos es una limitación legítima. Juzgad vosotros. Es probable que la cultura nunca haya servido para dar respuestas, sino también para hacer las preguntas correctas.”
El texto, como tal, funciona perfectamente y alcanza un punto de estilización sin perder nunca su condición de documento, dentro de las formas más nobles del realismo popular.
El Capellán…, bandolero del Tajuña
Muy distinto era el caso de la segunda obra. Aquí se contaba con la dificultad de la lejanía y, al mismo tiempo, con la ventaja de manejar los materiales sin la pasión que suscita lo cercano. También me parece esclarecedor cuanto el dramaturgo ha escrito a propósito de su gestación:
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Artista: Alberto Cuadros Liberona
“La obra sería creada a partir de asuntos o temas sugeridos por los jóvenes, cuestión clave en la metodología de creación teatral aplicada a esta experiencia. El bandolerismo suscitó el interés del grupo. Investigamos si existió algún bandolero morateño, pero no encontramos referencia de ninguno. Nuestra búsqueda nos llevó al vecino pueblo de Valdilecha, donde a finales del siglo pasado existió un personaje muy conocido en toda la zona por sus singulares características: seminarista, alcalde durante algunos años, republicano, principal de su pueblo, labrador y bandolero de la cuerda de los generosos. Desde la perspectiva teatral semejante personaje es, cuanto menos, fascinante. El director conduce y realiza la mayor parte del proceso de investigación en la zona y del trabajo de acercamiento al contexto socio-político, económico y cultural del siglo XIX. Cabe destacar tres valiosas fuentes de información; la primera, proporcionada por Don Calixto Brea, vecino de Valdilecha, cuya madre era sobrina-nieta de la mujer del Capellán; la segunda, el breve libro, ameno y muy sugestivo, titulado Marabo, el último bandolero, cuyo autor, D. Juan Miguel Sánchez Vigil, autorizó que algunos personajes, diálogos y aspectos de la trama creada por él, pudieran servir de inspiración para el trabajo de dramaturgia; sin embargo, nuestra obra no es una adaptación teatral del referido libro; y la tercera, proviene de los trabajos sobre la historia de Valdilecha, realizados por D. Vicente Cristóbal López.”
Se habrían cumplido, pues, los primeros pasos del proceso: elección del tema por el grupo e investigación histórica de los materiales. Luego, o quizá paralelamente, vendrían ya las improvisaciones de los actores y la aportación de las situaciones, los personajes y los parlamentos derivados de las mismas. Por supuesto, y así lo explica claramente Omar Fernando Aguilera, tanto en La linde como en El Capellán…, bandolero del Tajuña, sin el menor ánimo -aparte de que hubiera sido, al menos en la segunda obra, totalmente gratuito- de “reconstruir” la historia, sino de apoyarse en ella y, a través de una creación original en la que pesan decisivamente las circunstancias del grupo y la personalidad de sus integrantes, rescatar para el imaginario y la conciencia histórica contemporáneos determinados conflictos y vivencias del pasado colectivo.
Artista: Rossy Oelckers
Artista: Rossy Oelckers
La condición de exseminarista del bandolero introduce aquí un nuevo factor que no ha dejado de estar presente en ciertos sectores del cristianismo: la necesidad de luchar, en el nombre de Cristo, contra los poderes temporales que usan su nombre, incluida, a menudo, la Iglesia oficial. Con lo que la “generosidad” del Capellán y republicano se sustenta, a la vez, en un compromiso civil y un compromiso religioso.
También en esta ocasión, la obra salva limpiamente el difícil escollo del lenguaje, con el que se permite, incluso, deliberados juegos según la condición de los personajes y el lugar y las circunstancias de las distintas situaciones.
Cito aún, para acabar, otra reflexión de Omar Fernando Aguilera que me parece importante para el lector antes de iniciar la lectura de las obras:
“Expresar valores, conceptos, símbolos que operan en la mente de la gente de nuestro tiempo o rescatar la tradición popular, son interpretaciones del concepto de “cultura popular”. El Capellán…, bandolero del Tajuña, responde a esta última interpretación y constituye el doceavo montaje de teatro popular en la zona. Creo que la cultura popular debe ser conducida por profesionales que ponen sus conocimientos técnicos al servicio de los intereses de una zona geográfica específica y de un colectivo humano particular. Esta forma de aproximación al hecho teatral conecta con el público y resulta eficaz para fomentar la afición por ver y hacer teatro. Si sirve como elemento transformador del pensamiento y contrarresta otras formas actuales de ocio, cuyo carácter es más bien frívolo y pasivo, tanto mejor.”
Así es la historia plural del teatro. En Mondéjar (Guadalajara) y Morata de Tajuña (Madrid), un chileno, afincado en España desde hace años, realiza una experiencia grupal por cuyas venas corre mucha sangre de la historia, nueva en la conciencia de su compromiso, tan antigua como el primer teatro griego, del llamado “teatro popular”. Entre cuyas vertientes ocupa un importante lugar la corriente que alimenta a nuestro dramaturgo, director y, sobre todo, coherente Omar Fernando Aguilera.
José Monleón
Creación colectiva, dramaturgia y teatro popular
El teatro siempre vive a la contra. El teatro de verdad, quiero decir, el que se hace para la gente, como se hace el pan, o se levanta la pared de una casa. Y no lo digo yo, pobre mortal, lo dice San Peter Brook: “Siempre es el teatro popular el que salva a una época”. Por supuesto ese teatro está condenado a vivir ninguneado, despreciado, mirado con altivez por los burócratas de la cultureta y por sus mantenidos, los expertos en subvenciones con cargo al erario público. Pero no importa, allí donde el teatro de verdad pone la pezuña, deja una huella imborrable en sus espectadores. Porque les habla sin tapujos y respira ese aliento escaso de la verdad. Y ya pueden los Donlindos protestar moviendo gravemente la testa: “Es burdo, es zafio, es grosero”. Y sigo con Brook a cuestas: “Está claro que la porquería es lo que da filo a la rudeza; lo sucio y lo vulgar son cosas naturales, la obscenidad es alegre, y con estos elementos el espectáculo adquiere su papel socialmente liberador, ya que el teatro popular es por naturaleza antiautoritario, anti pomposo, antitradicional, anti pretencioso. Es el teatro del ruido, y el teatro del ruido es el teatro del aplauso”.
Yo creo que estas palabras sabias del maestro vienen perfectamente al caso, pues pocas veces he encontrado un material tan próximo a estas ideas como en los tres textos de Omar Fernando Aguilera que he leído: los tres irreverentes, los tres apasionados, los tres llenos de gracia, de humor, de poesía. Son obras completamente alejadas de los bodrios habituales de nuestro teatro: tan lejos de la obscenidad reaccionaria del “teatro comercial” como de la estolidez subvencionable del último depredador de Heine Müller que acude a la ventanilla oficial a meter la cuchara en el puchero.
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Este es un teatro hecho en condiciones muy difíciles, casi en medio del naufragio, donde sólo se sobrevive con entusiasmo. Y Aguilera, y su troupe (porque el teatro popular siempre es un teatro colectivo) sobreviven estupendamente. Y con ellos sus personajes sorprendentes, como ese asqueroso Tío Alfredo, versolari pedorro y socarrón, avaro increíble, capaz al tiempo de soltarnos alguna sentencia filosófica de cuidado. “El incomprendido” le llama su autor, que lo es sólo a medias, porque este teatro es un teatro de la memoria. Trata de mantener en el recuerdo de sus paisanos la fama de sus personajes, que se la ganan a pulso, y con mucho sufrimiento. Como esa tremenda historia que completa el espectáculo de Santa Cruz de la Zarza, El pregonero, una crónica sentimental en medio de la miseria, del hambre, de la tristeza que a ratos nos produce el estar vivos. Esa miseria en la que se forjó el carácter de estos pueblos, y que ya se va olvidando en la aldea global. Pues, ¿quién quiere acordarse de esos muermos? Pero hay que acordarse, queridos, no se nos puede olvidar. Y esa tarea se la echan a hombros, animosamente, los actores de Omar Fernando, devolviendo a la vida escénica a estas figuras históricas, y levantando alguna que otra ampolla, qué le vamos a hacer.
El texto que completa el libro es El Motín de la patata. Si las otras obras recogían tipos populares altamente individualizados, en esta pieza, más de corte social, el protagonista se hace coral, es el pueblo mismo, que se alza, famélico, contra los especuladores que se aprovechan de su desgracia, contra los políticos corruptos que se llenan la boca de palabros y golfean todo lo que pueden, contra las clases acomodadas que esperan que pase lo peor y esconden la cabeza bajo el ala. Se trata de un suceso ocurrido realmente en el pueblo conquense de Tarancón en abril de 1919 y las intenciones del autor son bien claritas, no esconde la mano: la pieza comienza con un pregón cantado a coro que anuncia: “Contaremos la verdad / injusticia grande / y abuso se cometió / Crimen sin castigo. / Recordar y no olvidar / es un deber para/ todo aquel que sea/ justo y bien nacido.”
Artista: Rossy Oelckers
Artista: Rossy Oelckers
Habrá quien se eche las manos a la cabeza ante semejantes pretensiones. Habrá quien diga que el arte no está para cosas tan profanas. Habrá quien se cabree por la insolencia de estas gentes que no tienen pelos en la lengua. Allá ellos. A mí me parece que en estas obras late ese pulso de vida al que se refería Brook, y debo decir que pocas veces he sentido con tanta claridad la nobleza de un discurso teatral, su arraigo profundo en lo colectivo, su voluntad expresiva que se atreve con todo y todo lo metaboliza poéticamente. Sí, poéticamente, porque hay mucha poesía y mucha verdad (que las dos están más cerca entre sí de lo que algunos suponen) en estos textos, en estos personajes, en estas gentes de Santa Cruz y de Tarancón que los encarnan.
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Artista: Alberto Cuadros Liberona
Fermín Cabal